Hola familia y amigos. Permítanme hablarles de la ancianidad desde mi propia experiencia. En la tercera edad, el tiempo se viste de susurros del pasado y de danzas en la historia. Las arrugas como versos trazan el camino andado, cosechando experiencias en el jardín del pasado. El sol acaricia mi rostro marcado por los años y en el crepúsculo de la vida la sabiduría florece cosechando la paz que la juventud desconoce. En la tercera edad se encuentra serenidad como si fuera un poema maduro lleno de verdad. Cierro los ojos, pienso en Dios, abrazo la calma y entonces mi experiencia se eleva trascendiendo en quietud. Me doy cuenta que la vida es muy corta, ya que no hay tiempo para discusiones, disculpas, ingratitudes, ni rendición. Sólo hay tiempo para amar pero por sólo un instante, pues somos un suspiro o como la neblina (Santiago 4:14); entonces disfrutémoslo antes que se acabe el aire.
Benditos sean los que entienden lo torpe de mi caminar
y la poca firmeza de mi pulso. Benditos aquéllos que comprenden que mis oídos se esfuerzan para oír. Benditos sean los que se dan cuenta que mis ojos están empañados. Benditos sean aquéllos que me comprenden cuando derramo el desayuno en la mesa. Benditos aquéllos que con sonrisa amable deciden conversar conmigo. Benditos aquéllos que toleran las fallas de mi memoria y nunca dicen: ‘Ya has repetido la misma historia varias veces.’ Benditos sean aquéllos que saben despertar historias de mi pasado. Benditos sean aquéllos que me hacen saber que soy amada y respetada y que no estoy sola. Benditos sean aquéllos que comprenden lo difícil que es encontrar fuerzas en esta edad para seguir luchando. Benditos sean todos aquéllos que con mucho amor me acompañan en esta épocas tan difíciles de mi vida.
No nos podemos olvidar de las abuelitas, tampoco de las bisabuelas; yo soy una de ellas pues tengo once hijos, trece nietos y once bisnietos. Debemos acudir a ellas, ya que nos enseñan a remendar las relaciones y recomponer el corazón, también a reparar heridas familiares, a luchar por lo que vale la pena, y a abordar nuevamente el valor de la vida. Así que no las grites, no las culpes, escúchalas en silencio, dales toda atención aunque te cuenten siempre lo mismo, sé paciente, ríe con ellas. Aunque pienses que a ellas no les queda más que enseñarte, ve a verlas cuantas veces puedas, no las hagas sentir solas. Tráeles una flor, dales un beso, una caricia, una sonrisa, un pequeño paseo, y si no tienes tiempo encuéntralo y llámala y dile que vas pronto, hazlo antes de que esa silla este vacía, ella te está esperando ya que tiene mucho que decirte pero poco que darte.
Les cuento que cuando sentimos que los años pasan
no debemos aparentar ser más jóvenes, mucho mejor sería que seamos más felices, porque así nos rejuvenecemos mucho más. Envejecemos cuando pensamos demasiado en nosotros mismos y nos olvidamos de los demás, también cuando nos cerramos a las nuevas ideas o dejamos de luchar. En la juventud aprendemos y en la vejez comprendemos. Las personas no valen por el tiempo que viven, sino por las huellas que dejan. Dios bendiga todas las familias donde hay ancianos y cuiden de ellos y los amen.
Definitivamente aprendemos más a valorar, respetar, y amar a los ancianos cuando tenemos el amor de JESUCRISTO en nuestros corazones. Recíbelo hoy mismo en tu corazón y empezaras a amar en una nueva dimensión.
Con amor,
María Fanny Agudelo
10/ 20/2024
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